Hellooooooooo!!! ¿Cómo va el veranito? El mío cargado de viajes, naturaleza y personitas mágicas. La vida de vacatis la vida mejor 😉
Salgo de mi desconexión para traeros el relato de Nerea para este #24meses24familias. Nerea es una antigua alumna de la misma ikastola que yo, nació un año antes que yo asique era «de las mayores» jejejeje. La vida volvió a juntar nuestros caminos en el curso de masajes que impartía en Kaboo y desde entonces hemos mantenido contacto por whatsapp en diferentes ocasiones. Nerea es una de esas mujeres a las que la maternidad le ha puesto su vida patas arriba y ella lo muestra tal cual. Cosa que a mi me encanta, ya sabéis que me flipan las personas que no tienen pelos en la lengua. Pese a las creencias y mitos de la sociedad Nerea ha sido capaz de conectar con su instinto y disfrutar de su maternidad con su txiki. Os dejo con sus palabras estoy segura que no os dejará indiferentes. 🙂
Gracias Eneritz por darme la oportunidad de contar nuestra historia, no es una historia especial, pero cada nacimiento familiar es un regalo de la Vida. Hoy en día, que vivimos en la “era de la comunicación”, siento que estamos más desconectados que nunca, y Qué tal va este etener la oportunidad de compartir experiencias es de verdad un regalo.
Gracias Eneritz por tener la oportunidad de contar nuestra experiencia y por tener la oportunidad de nutrirme con las experiencias de otras familias.
Hace dos años me metía en la cama sin saber que nuestra vida iba a cambiar por completo, como dice la canción de Rozalén:
“… Ha pasado algo importante.
Puse el contador a cero.
Sabes, fue una ola gigante.
Arrasó con todo y me dejó desnuda frente al mar…”
Nuestra aventura familiar comienza un puente de Todos los Santos. Ese año no podía soportar la idea de ir al cementerio a visitar a mi aitite. Así que hicimos la maleta y volví a mis raíces, a la tierra de mi aitite, Galicia, para estar con la familia y curar heridas. Pero de ese viaje volvimos con el mejor de los regalos.
Dos semanas después descubrí que estaba embarazada y rápidamente mi cabeza se puso a organizar todo. Mi vida no iba a cambiar nada, seguiría trabajando, no dejaría el gimnasio y en los ratos libres compraríamos las cosas para el bebé. Una semana después, cuando ya estaba todo controlado… en mis bragas apareció sangre. Llamé al ginecólogo, asustada, y la única respuesta que recibí fue: “Bueno, eso es naturaleza, si paras bien y si no ya vendrás a abortar”.
Poco a poco me llegaban experiencias de gente cercana que había sufridos abortos, y yo no tenía ni idea, pero sus intentos de tranquilizarme me enfadaban. Repetían las mismas palabras: “Tranquila, aunque lo pierdas, no pasa nada, yo después tuve otros hijos”.
¿Por qué hasta ahora no tenía ni idea de esto?, ¿Por qué es un tema tabú aunque tengamos una relación tan estrecha?, ¿Cómo que no pasa nada?, El corazón de mi hijo ha empezado a latir, y si muere ¿no pasa nada?, dentro de unos meses lo volvemos a intentar y esto ¿lo guardamos debajo de la alfombra?, ¿Y ya está?
Gracias a mi médico de cabecera, a mi matrona y a la información que busqué, porque o te haces autodidacta o te vuelves loca, aprendí que la sangre no significa aborto y que el aborto merece un espacio propio. Nuestros hijos no pueden ser historias que esconder.
Cada jueves cumplía semana y muy lentamente se fue aproximando la fecha del parto. El parto, cinco letras que nada más pensar en ellas me moría me miedo. El día 30 de junio de 2017 nos metimos en la cama, de madrugada rompí aguas y fuimos al Hospital, con una mezcla de ilusión, nervios y miedo. Tengo que agradecer a los profesionales del Hospital que el parto fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida. Por fin podíamos abrazar y besar a nuestro hijo.
Dos días después volvíamos a casa y aquí apareció la gran pregunta ¿Y ahora qué hacemos?. Durante 37 semanas nuestra única preocupación había sido que pasaran las semanas y que el corazón de nuestro hijo siguiera latiendo junto al mío. Pero ahora estábamos los tres, en casa, solos.
Hoy mi hijo cumple dos años y llevo días con una lágrima traicionera que se me escapa al verle tan mayor y pensar ¿cuándo ha crecido tanto?. No voy a poner una gran sonrisa y escribir que todo ha sido un camino de rosas. Estos 24 meses han sido un largo túnel en el que ha habido un torbellino de emociones, mucho cansancio, amor, confusión, miedo, felicidad, muchas aventuras… Pero me siento profundamente agradecida por este regalo, que es mi hijo.
Para terminar, no puedo dejar de compartir mi indignación con el mundo en el que vivimos: este mundo que nos vende que la maternidad y la paternidad es la mayor de las bendiciones, y cuando han pasado cuarenta días desde que recibimos a nuestro bebé nos dice que podemos volver a nuestra vida “normal”. ¿De qué normalidad hablamos?.
Esta sociedad en la que la conciliación familiar me hace gracia, porque los padres vuelven a trabajar como si no tuvieran hijos, y las madres volvemos sintiéndonos rotas al cortar el cordón umbilical con nuestro bebé de 16 semanas, 12 meses o 2 años.; mientras los telediarios nos asustan presentándonos estadísticas sobre el descenso de la natalidad. ¿Qué esperan?.
Este sistema económico que nos incita a conseguir cada vez más dinero para poder ofrecer lo mejor a nuestros hijos, a consta de no disfrutar de nuestro mayor tesoro: nuestra familia. ¿Cuándo nos creímos lo del tiempo de calidad?
Estoy cansada de que la crianza sea el eterno debate, donde todo el mundo tiene derecho a opinar, y las mujeres somos constantemente juzgadas por las decisiones que tomamos, con todo el amor y todo el dolor de nuestro corazón.
En fin, los días en los que siento que no encajo con este mundo, recuerdo las últimas palabras que me regalo mi aitite: “sé feliz”.